DOMINGO
VI DE PASCUA
25-05-25
(Ciclo C – PASCUA DEL ENFERMO)
En este domingo de pascua, en el que
seguimos celebrando con gozo la resurrección del Señor, la comunidad cristiana
vive una jornada de solidaridad y cercanía con los enfermos. Hoy es la Pascua
del enfermo, del hermano que sufre las limitaciones y la falta de salud, y que
está muy presente en el corazón de la Iglesia orante.
Los signos más frecuentes que acompañan
la predicación de los Apóstoles y que continúan la obra del mismo Jesús son la
oración por los enfermos y su eficacia sanadora. La palabra de Dios conforta y
serena de tal modo que incluso en medio del sufrimiento y de la enfermedad es
posible la paz y el sosiego, signo de una esperanza y de un ánimo saludable,
base de cualquier recuperación física.
La cercanía apostólica al mundo de los
enfermos, los ancianos y los que sufren, extiende la misericordia de Dios y
vincula estrechamente a los hermanos en el amor. Amar a Cristo resucitado
conlleva necesariamente seguir sus pasos, imitando su entrega desde el servicio
a los más débiles de la comunidad eclesial y humana.
Nuestra cultura actual intenta maquillar
y embellecer la vida, quitando las capas que la afean. Como si de una hortaliza
se tratara, aquellas hojas que la hacen menos bella son separadas del tronco y
echadas fuera. Las limitaciones humanas y entre ellas las enfermedades, nos
incomodan e interpelan y al mostrarnos la realidad amarga y dura de una parte
de nuestro ser, la rechazamos o la alejamos de nosotros creyendo que así no nos
tocará pasar por ella.
De esta manera vemos cómo cada vez más,
junto a los grandes logros de la medicina que han mejorado nuestro nivel de
salud y vida, contemplamos la soledad y el abandono de muchos ancianos y enfermos
que padecen su situación lejos del calor y del afecto del hogar.
Sin embargo en este día del enfermo,
vamos a alumbrar con la luz de la ilusión y del amor, la vida de nuestros
hermanos y sus familias. Las palabras de Jesús “La paz os dejo, mi paz os doy”,
se hacen realidad cada vez que muchas personas,
mediante su entrega servicial y generosa, llenan de afecto y armonía los
momentos de incertidumbre y dolor que las limitaciones de la enfermedad a todos
nos traen.
La labor de los “apóstoles de la salud” sensibilizados
para dedicarse con amor y paciencia al mundo de los enfermos, es un don de Dios
que nos humaniza y nos demuestra la grandeza del corazón humano.
Todos sabemos lo importante que es
encontrar buenos profesionales que acompañen la realidad del enfermo. Personas
que traten a sus pacientes desde el respeto y el afecto, evitando caer en la
rutina o la indiferencia porque lo que hay entre sus manos son vidas humanas
que mantienen intacta su dignidad y que merecen ser cuidadas como quisiéramos
que un día lo hicieran con nosotros, llegado el caso.
Pero no lo es menos el contar con la
proximidad de quienes compartimos una misma esperanza. La enfermedad y la
ancianidad nos van acercando al ocaso de nuestra existencia, y es muy
importante para nosotros los creyentes poder vivir desde la fe, este
acontecimiento que completa nuestra vida y nos abre la puerta del Reino de
Dios. Así lo ha entendido desde siempre la comunidad cristiana que ha
acompañado con confianza y amor la vida de los enfermos y de sus familias.
Desde los comienzos mismos del
cristianismo, cada vez que algún hermano en la fe caía enfermo o su ancianidad
lo acercaba a la muerte, los fieles se reunían en la oración acompañándole a él
y a su familia, colaborando en sus cuidados y llevando a la celebración
eucarística la vida de los enfermos de la comunidad. Los presbíteros acudían a
sus hogares para confortarles en la fe y sostenerles en su esperanza. Y por el
sacramento de la Unción además de vincular al enfermo a la misma Pasión del
Señor, le preparaba para vivir con plenitud el momento del encuentro con
Cristo, Salud de los enfermos.
La vida es un don que siempre hay que
agradecer, y cuando ésta llega a su final en esta tierra, ha de ser preparada
para entregarse con serenidad a la Pascua definitiva.
Este hacer comunitario se ha prolongado
hasta nuestros días, y hoy la comunidad eclesial sigue desarrollando su labor
entre los ancianos y enfermos por medio de la Pastoral de la Salud.
En nuestra Unidad Pastoral del Casco
Viejo, trabajan desde hace muchos años personas especialmente vocacionadas para
esta misión. Hombres y mujeres, seglares y religiosas, que forman parte de un
excelente equipo humano y cristiano, cuya sensibilidad y espiritualidad les
impulsa a dedicar parte de su tiempo al servicio de los ancianos y enfermos de
nuestro entorno más cercano.
Su trabajo consiste en visitar a quienes
lo desean llevándoles las experiencias de la vida de la comunidad parroquial,
acompañando su soledad, atendiendo sus necesidades y haciéndoles partícipes del
Sacramento Eucarístico por el que unidos a Cristo, participan de su vinculación
a la gran familia parroquial.
Los enfermos y ancianos que no pueden
acercarse hasta las parroquias viven su comunión eclesial por medio de estos
enviados de la comunidad así, además de la atención humana que precisen,
también comparten su fe y su esperanza con los hermanos en Cristo.
Hoy vamos a pedir por los enfermos y en
especial por los que más necesitan la compañía y el afecto. Por los que están
solos o se sienten solos. Por sus familias y quienes les cuidan. Podéis contar
con nosotros, con vuestra comunidad parroquial que no olvida a sus hijos más
queridos. El grupo de Pastoral de la Salud se pone a vuestro servicio y en la
medida de sus posibilidades atenderá vuestras necesidades.
Y quiero hacer una llamada muy especial,
para que facilitéis a quien lo desee el Sacramento de la Unción. Los cristianos
necesitamos vivir todos los acontecimientos de nuestra vida en comunión con
Cristo, máxime cuando se trata de recorrer los últimos momentos de este
existir. Sentir el amor de Jesucristo que por medio de sus sacramentos nos
dispensa, es algo que fortalece el espíritu y serena el corazón de quien
padece. El Sacramento de la Unción nos reconcilia plenamente con Cristo, quien
en su misericordia nos perdona todos nuestros pecados, preparando así el
encuentro gozoso en la plenitud de su amor. Que nadie nos quite este derecho
por razón de sus ideas, sino que piense con generosidad en el deseo de quien ha
vivido en la fe de la Iglesia y desea morir como hijo de ella, en la esperanza.
Queridos hermanos, necesitamos más brazos
que se unan para esta labor. Seguro que entre todos nosotros habrá quienes
tengan una especial vocación y sensibilidad para el mundo de los ancianos y
enfermos. Si es así dad gracias a Dios por el don que habéis recibido porque
sois el rostro viviente de Jesucristo que sigue realizando su obra salvadora a
través de vuestra entrega a los enfermos.
Que él bendiga a quienes se dedican con
amor a los enfermos y a todos nos anime para acompañar y sostener al hermano en
medio de su debilidad.